Muy rico todo...
Para que vean que no sólo los hombres se animan a contar sus papelones sexuales, me he autoconvocado en la consigna de esta semana temática y paso a postear mi propia experiencia "tierra trágame" (que, lamentablemente, es sólo una de las tantas historias que ya forman parte de esta antología). Mañana continuamos con las anécdotas que llegaron vía mail.
Con un chico con el que salía hace unos años, cada tanto se nos ocurría planear "noches especiales", es decir: noches que requerían de algún tipo de preproducción.
En aquella oportunidad, no fue nada del otro mundo. En realidad festejábamos algo en especial que ahora no viene al caso mencionar, pero la cuestión fue que habíamos planeado una noche de viernes lujuriosa en su departamento.
Él se había esmerado cocinando algo muy rico y elaborado. Puso un buen vino en la mesa. Velas. Ese tipo de cosas.
Yo llevé el postre... y me llevé a mí misma como postre, eligiendo cuidadosamente la ropa que me había puesto y hasta un nuevo conjunto de ropa interior para estrenar encajes (de todo tipo, claro).
Bien. Comimos. Todo muy rico. Nos tomamos la botella entera de vino. Y luego abrimos otra, que también se consumió. Y finalmente una tercera... Postre. Mimos, arrumacos, besos, manos, lenguas... Todo me da vueltas, y vos también... La cuestión es que no sé qué pasó: si fue la comida que me cayó mal, si fueron las tres botellas de syrah, los movimientos de traslación, o todo eso sumado y mezclado... pero me empecé a sentir mal. Muy mal. Y mi cabeza que me decía: "No puede ser que te estés sintiendo mal justo ahora!".
Intentando que él no se diera cuenta (y tratando que de paso no se me cayera ni una piedrita de mi corona de reina), interrumpo la previa con un "Ya vengo", para escabullirme rumbo al baño, ante la mirada de no entiendo nada de él.
Creí ingenuamente que con una lavadita de cara con agua fría todo se me iba a pasar. Pero no. Y no pude evitarlo, y en la soledad del baño, me abracé al trono de loza y empecé a devolver todo lo ingerido por el mismo lugar por donde había entrado a mi cuerpo.
Claro, este tipo de sucesos suelen ser audibles para todo el que ande por ahí cerca. Además, súmenle a eso que yo soy de aquellas personas que cuando vomitan, lloran. Así que ahí estaba yo, sumergida en la peor de mis miserias, con mi Don Juan que al otro lado de la puerta me preguntaba preocupado: "¿Estás bien? ¿Querés que llamemos a un médico?". Un desastre que no acabó hasta que mis tripas se vaciaron por completo, generando en mí una mezcla de sentimientos que incluían: vergüenza, bronca por la noche que prometía mucho y que fue desperdiciada, culpa por haberle ensuciado el baño... de todo!
Por suerte entre los dos teníamos la suficiente confianza como para contenernos en momentos como éste y terminar riéndonos del papelón. Y por supuesto que una vez que logré salir del baño, me acosté en la cama y me dormí, y hasta la mañana siguiente no hubo ni siquiera una mirada libidinosa. Previamente igual le tuve que pedir prestado un cepillo de dientes, y durante un tiempo me sentí bastante identificada con Stan, de South Park.
|